martes, 29 de julio de 2008

UN CUENTO.

  • El elefante.

    Cuando era chico, me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí, como a otros, después me enteré, nos llamaba mucho la atención el elefante.
    Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal. Pero, después de su actuación y, hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
    Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
    El misterio era tan evidente que no podía dejar de pensar en él y preguntarme:
    - “¿Qué lo mantiene atado, entonces? ¿Por qué no huye?”.
    Cuando tenía cinco o seis años, todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté, entonces, a un maestro, a un padre y a un amo por el misterio del elefante. Uno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
    Hice, entonces, la pregunta obvia:
    - “Si está amaestrado... ¿por qué lo encadenan?”.
    No recuerdo haber recibido respuesta alguna.
    Con el tiempo, me olvidé del misterio de elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta, hacía mucho tiempo, también.
    Hace poco descubrí, por suerte, a alguien lo bastante sabio para encontrar la respuesta a tal misterio.
    - “El elefante del circo no escapa, porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeñito”.
    Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
    Estoy seguro que, en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de todo su esfuerzo, no pudo moverla ni un poquito.
    La estaca era, ciertamente, muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que, la día siguiente, volvió a probar, y también al otro y al que siguió.
    Hasta que un día, un terrible día para su historia, el elefantito aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso no escapa, porque ¡CREE QUE NO PUEDE!
    El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
    ¡Jamás! ¡Jamás! ¡Jamás!... intentó poner a prueba su fuerza otra vez.

    Anónimo.

    ¿Cuántos elefantes de circo hay por ahí? ¿En qué aspecto soy como él?

jueves, 8 de mayo de 2008